DONA NOBIS PACEM. Marina Hervás Muñoz (Codalario)

Juan Durán

Después del Holocausto, T. W. Adorno lanzó una de sus sentencias más conocidas: «escribir poesía después de Auschwitz es barbárico». Con ello, no se refería a que no se pudiera escribir poesía –o hacer arte, en general– a partir de tal catástrofe, sino que, más bien, había que repensar las formas de artes útiles y válidas hasta ese momento, pues quizá eran incapaces de dar cuenta realmente del horror. Posteriormente, matizaría su afirmación al señalar que, pese a todo, las víctimas y condenados solo pueden encontrar algún tipo de expresión en el arte. Ante la tragedia que ha supuesto la pandemia en la que estamos, desgraciadamente, inmersos y cuyas consecuencias probablemente solo podamos empezar a atisbar cuando comience a remitir, esta cuestión vuelve a adquirir protagonismo. Pasan los meses, aumentan las cifras de muertes, y la música se vuelve una posible aliada para expresar la sensación de pérdida e incertidumbre: en eso consiste la elegía de Juan Durán (Vigo, 19-IX-1960), una pieza en los límites de la expresión. Para ello, parte de un entramado compacto en las violas y chelos, acompañado con gran sencillez por el arpa. Los violines aumentan brevemente la intensidad y anuncian el trabajo melódico que, lentamente, comienza a emerger como una pequeña luz. Un gran clímax se rompe abruptamente para dar lugar al lamento del chelo con un arpa que, evocadoramente, le da un aire ensoñador
puntual. Le contesta la viola, que concluye su solo con una pregunta abierta, que es quizá la del mundo que nos queda. Los momentos oscuros se aplacan pronto hacia un nuevo ascenso. Dona nobis pacem (“dadnos la paz”) se condensa en esta partitura como una reflexión donde el recuerdo y duelo dejan también un lugar al consuelo y a la esperanza.